La Contribucion del Marxismo autonomista al debate entre teoria de los nuevos movimientos sociales y marxismo Este artículo explora la argumentación de la teoría de los nuevos movimientos sociales y del marxismo sobre el grado de marginalidad o centralidad de los movimientos sociales en los conflictos sociales y politicos respecto a las organizaciones políticas de la izquierda histórica. Su finalidad es refutar, a través de una exposición de las aportaciones del marxismo autonomista, la tesis marxista ortodoxa y de una parte de la teoría de los nuevos movimientos sociales que estos movimientos, incluido el actual movimiento altermundista, siguen siendo esencialmente marginales al conflicto continuativo entre capital y labor.
This article explores the arguments of the theory of new social movements and of Marxism over the degree of marginality or centrality of social movements, compared to the organizations of the Historic Left, in social and political conflicts. Its aim is to refute, through an exposition of the principal claims of Autonomist Marxism, the thesis of orthodox Marxism and a part of the theory of new social movements that these movements, including the contemporary global justice movement, are still essentially marginal to the continuing conflict between capital and labour.
Cet article sera publié par le revue ‘Noesis’ du département des sciences sociales de l’Université Autonome de Ciutad Juarez . “Creo que los partidos de izquierda, comunistas y no comunistas, tienen que convertirse en estructuras políticas flexibles al servicio de los diferentes movimientos sociales si quieren resistir el empuje del capitalismo. Dicho esto, considero que, además, deben hacer una severa autocrítica sobre cómo han leído e interpretado su posición de clase con el fin de ligarse a las nuevas realidades productivas, a los nuevos sujetos productivos. Sólo a través de estos movimientos, y tras una fuerte debate interno podrán retomar el contacto con la realidad de la cual se han ido alejando.” (Antonio Negri2)
1) Introducción
Una serie de grandes movilizaciones en varias ciudades del mundo junto con los Foros Sociales mundiales y regionales de una multitud de movimientos sociales, organizaciones no-gubernamentales, grupos de presión y partidos políticos izquierdistas contra los efectos negativos de la globalización neoliberal (y desde 2001 contra las guerras ‘preventivas’ unilaterales de Estados Unidos) y por la ‘justicia global’ han visto la extensión y maduración de una red de movimientos sociales globales que surgió visiblemente (en términos de los medios masivos) en Seattle en 1999, pero que ha existido discutiblemente en el Sur del mundo desde los ochenta. En consecuencia, muchos sociólogos y teóricos de la globalización están interesados cada vez más en los movimientos sociales globales y en el movimiento ‘altermundista’ en particular (Urry 2001). Una parte importante del esfuerzo a comprender esta nueva ola de acción colectiva planetaria es trazar sus antecedentes en los llamados ‘nuevos movimientos sociales’ de las décadas anteriores. Estos surgieron sobretodo en los sesenta y setenta y, a pesar de sufrir una serie de derrotas políticas importantes en los ochenta, han contribuido a la creación en los noventa de muchos de los movimientos sociales globales que hoy se oponen activamente a la guerra en Irak y buscan estrategias alternativas para la superación de las grandes crisis actuales provocadas por la globalización en su forma neoliberal.
Este artículo explora la argumentación de la teoría de los nuevos movimientos sociales, al interno del marco de la teoría general de los movimientos sociales, y de varias versiones del marxismo sobre el grado de marginalidad o centralidad de los movimientos sociales en los conflictos sociales y politicos respecto a las organizaciones políticas de la izquierda histórica. Este desacuerdo no es puramente académico o teórico, es sobretodo político y actual, dada la fisión al interno del movimiento altermundista entre los que quieren convertirlo en una estructura centralizada, parecida a las varias internacionales del siglo XX, y los que vean su fuerza y vitalidad en la autonomía, pluralidad y hibridez de las identidades y movimientos que lo constituyen3. La finalidad del artículo es refutar, a través de una exposición de las aportaciones del marxismo autonomista, las tesis marxista ortodoxa, neo-marxista estructuralista y gramsciana que, junto con la versión política de la teoría de los nuevos movimientos sociales, afirman que estos movimientos, y por extensión también el actual movimiento altermundista, siguen siendo esencialmente marginales al conflicto continuativo entre capital y labor.
En cuanto a la teoría de los nuevos movimientos sociales, se trata sobretodo de aquéllas de Alberto Melucci, sociólogo italiano y discutiblemente el teórico principal de los nuevos movimientos sociales desde una perspectiva principalmente cultural y post-marxista, y de Manuel Castells, sociólogo español que ha desarrollado sus teorías sobre los movimientos sociales urbanos de un punto de vista substancialmente político y ‘pro-marxista’ (Buechler 1995). Perfilaré el debate entre varias versiones del marxismo y la teoría de los nuevos movimientos sociales, específicamente sobre la novedad e importancia histórica de los nuevos movimientos sociales. Se define a estos como los que han emergido después de 1945 y que se han construido sobre la base de identidades particulares (mujer, negro, gay, joven, pacifista, indígena etc.), en contraste a los llamados ‘viejos’ movimientos sociales que se caracterizaban mas por identidades monolíticas, esencialmente por clase o nación. Finalmente, presentare mi propia perspectiva sobre la teoría de los nuevos movimientos sociales a través de una apreciación crítica de las aportaciones que el marxismo autonomista ha llevado al debate.
2) Teoría general de los movimientos sociales
Se concentrara en la teoría de los nuevos movimientos sociales como una forma del posmarxismo que tiene el problema de clase social más cerca a su centro teórico que otras teorías de los movimientos sociales. Antes de todo, sin embargo, es necesario perfilar brevemente los acercamientos sociológicos principales al estudio de los movimientos sociales para ubicar la teoría de los nuevos movimientos sociales dentro de un marco analítico general.
La teoría de la movilización de recursos ha sido el paradigma dominante en América del Norte desde que desafió los mandatos funcionalistas de la teoría del comportamiento colectivo de Smelser (1989 [1963) en los sesenta. McCarthy y Zald (1977) y Tilly (1974, 1978, 1990, 1998) están entre sus exponentes principales y su premisa central es que “los actores racionales [entran en la acción instrumental a través de la organización formal para afianzar los recursos e impulsar la movilización” (Buechler 1995: 441)4. Otra perspectiva teórica predominantemente norteamericana es el construcciónismo social, basado en la obra de Snow y Benford (1988) y Gamson (1990 [1975), que lleva “un acercamiento interaccionista simbólico al estudio de la acción colectiva por su énfasis en el papel de las actividades de idear5 y los procesos culturales en el activismo social” (ibíd.).
El acercamiento europeo de la teoría de los nuevos movimientos sociales de Castells, Touraine, Habermas y Melucci se desarrolló como “una contestación a las insuficiencias del marxismo clásico en analizar la acción colectiva [debido a su reduccionismo económico [y de clase” (Buechler 1995: 441- 442). La teoría de los nuevos movimientos sociales se dirigen en cambio a “otras lógicas de la acción [colectiva basadas en la política, ideología y cultura, fuera de la economía política y la esfera de producción”, así como “otras fuentes de la identidad [colectiva como origen étnico, género y sexualidad [que van más allá del proletariado industrial” (Buechler 1995: 442). Buechler concluye que hay dos tipos esenciales de teorías de los nuevos movimientos sociales; una versión política cuya orientación general es pro-marxista (Castells y Habermas), y una versión cultural cuya orientación general es posmarxista (Melucci y Touraine). Una contribución teórica más reciente al estudio de los movimientos sociales, la teoría del proceso político de Tarrow (2004) y de Della Porta y Diani (1999), se esfuerza por combinar el enfoque norte americano en el ‘cómo’ de la acción colectiva con el enfoque europeo en el ‘por qué’, acentuando la relación entre los movimientos sociales y las instituciones políticas del estado.
La emergencia de los movimientos sociales globales dentro de la rápida globalización de las relaciones sociales, económicas y culturales ha hecho necesario la reformulación de las teorías sociológicas principales que involucran movimientos sociales y acción colectiva, según Cohen y Rai (2000). Wilson (1973) exige que hay cuatro tipos principales de movimiento social, tanto ‘viejo’ como ‘nuevo’: ‘transformativo’, ‘reformativo’, ‘redentor’ e ‘alternativo’. Cohen y Rai usan este marco conceptual para criticar la dicotomía falsa entre ‘viejos’ y ‘nuevos’ movimientos sociales, revindicando los movimientos sociales globales como nuevos actores que tienen raíces en ambos juegos de movimientos. Desde que también organizan y movilizan globalmente y no sólo local o nacionalmente, representan una resolución y trascendencia de esta división que ha dominado los debates interiores de la teoría de los movimientos sociales durante los últimos 30 años. Cohen y Rai precisan que los movimientos sociales globales más visibles hasta ahora son los de las mujeres, del sindicalismo internacional, para los derechos humanos, los movimientos ecológicos y por la paz. A través de sus interacciones entre si, con las instituciones de la gobernación global y con los procesos de la globalización, particularmente el ‘encogimiento’ y la homogenización del planeta y la aceleración del ‘tiempo real’ a través del impacto de las nuevas tecnologías de comunicación y información, ellos están creando una ‘sociedad civil global’ poblada por ‘ciudadanos globales’. El estudio de los movimientos sociales globales todavía está en una fase temprana, pero Urry (2001) reclama que el futuro de la sociología depende de su habilidad en explicar los movimientos sociales globales y la emergente sociedad civil global, desde que ‘la sociedad’ ya no está restringida dentro del estado nacional pero es cada vez más ‘sociedad en movimiento’.
3) Teoría de los nuevos movimientos sociales
Todas las versiones de la teoría de los nuevos movimientos sociales comparten un modelo de “totalidad social”, qué Buechler (1995: 447) define como un “intento a teorizar una formación social históricamente específica como el telón estructural para las formas contemporáneas de la acción colectiva”, y qué es “quizás [su peculiaridad más importante.” En la versión política esta totalidad social es el “capitalismo avanzado” cuya “imagen de poder” es “sistémica” y “centralizada”, mientras en la versión cultural es la “sociedad de información” cuya imagen de poder es “difusa” y “descentralizada” (ibíd.). El análisis político está orientado hacia el estado en los niveles macro y mezo, mientras el análisis cultural es más en los niveles mezo y micro, enfocándose en la sociedad civil y la vida cotidiana. Con respecto a la actividad de movimiento, la versión cultural afirma que la acción colectiva “evita las preocupaciones estratégicas en favor de expresiones simbólicas”, mientras la versión política considera que retiene un “papel para la acción instrumental hacia metas estratégicas” (ibíd.).
En el debate sobre si los nuevos movimientos sociales son demostrablemente ‘nuevos’ o simplemente versiones contemporáneas de ‘movimientos viejos’ que existieron a lo largo del siglo XX sino desde la Revolución Francesa de 1789 (Tarrow 2004 y Brand 1990), ambas versiones políticas y culturales se desechan de este punto de vista. La anterior postula su novedad identificando su papel antagónico sin rechazar eso de los movimientos obreros, mientras la última considera que han desplazado a los movimientos obreros como la forma dominante de la acción colectiva. Con respecto a la pregunta de las ‘orientaciones de movimiento’, si las de los nuevos movimientos sociales son ‘reactivas’ o ‘progresivas’, la versión cultural ve a los nuevos movimientos como defensivos y rechaza la categoría de ‘progresivo’, pero la versión política afirma su potencial para orientaciones progresivas si los nuevos movimientos sociales son aliados con los movimientos de la clase trabajadora. En la evaluación de movimientos, la posición política ve a los movimientos políticos como los más radicales y los culturales como apolíticos, mientras la apreciación cultural ve a los movimientos culturales como los más radicales y a los políticos como integrables en la política oficial. En cuanto a la base social de los nuevos movimientos sociales, la versión cultural lo ha “analizado por lo que se refiere a [sectores potenciales de apoyo6, problemas e ideologías [que no consideran la cuestión de clase social”, y la política “en las condiciones de clase vía las ubicaciones contradictorias, clase nueva, o clase media”.
Comparando las fuerzas y debilidades de las versiones culturales y políticas de la teoría de los nuevos movimientos sociales, se quiera identificar algunas de las fallas en el acercamiento de estas a los movimientos híbridos y anómalos tales como un ‘movimiento de movimientos’ como es el movimiento altermundista. Empezando de sus orientaciones generales, tanto la versión pro-marxista (política) como la posmarxista (cultural) asumen una versión ortodoxa, Leninista, del marxismo, dirigida hacia la conquista del estado capitalista y entonces un modelo vanguardista del cambio social promovido por el partido político basado en la clase trabajadora industrial. Esta fusión ignora recientes teorías neo-marxianas de la transformación estatal y social7 que pongan en duda los análisis del marxismo ortodoxo tanto como la teoría de los nuevos movimientos sociales habían buscado hacer, pero de la perspectiva marxista de la crítica a la economía política y ninguno más así que el marxismo autonomista8. De hecho, la teoría de los nuevos movimientos sociales y particularmente su variante posmarxista se ha criticado para su abandono apresurado del concepto de la economía política, basado en “generalizaciones hechas de puntos de vista muy parciales de sólo ciertos movimientos” (Adam 1993)9. Adam concluye que la teoría de los nuevos movimientos sociales necesita incluir la economía política de los movimientos y que, siguiendo a Touraine (1981 y 1985), los teóricos necesitan a “aprender de los análisis generados por los propios movimientos” (ibíd.).
Con respecto a las totalidades sociales adoptadas por todas las formas de la teoría de los nuevos movimientos sociales, la versión cultural de la ‘sociedad información’ presenta la producción, codificación simbólica y distribución de información, conocimiento y cultura como la línea de demarcación social en lugar de los conceptos sociológicos clásicos o marxistas de clase social basados en categorías socio-económicas. Este acercamiento enfoca en la supuesta centralidad de normas y modos culturales en la acción e identidad colectiva, pero subestima el papel de los procesos de marginalización social y económica en la movilización de los nuevos movimientos sociales. Con su idea del poder como algo descentralizado y difundido a lo largo de la sociedad civil, la relación ambigua entre los nuevos movimientos sociales y el estado, basado en negociación y confrontación, integración y represión, también se minimiza. Para la versión política de la teoría de los nuevos movimientos sociales, el ‘capitalismo avanzado’ es la totalidad social y el poder se ve como sistémico y centralizado, coincidiendo con las perspectivas estructuralistas y marxistas ortodoxas del estado capitalista como la encarnación del poder contra que los nuevos movimientos sociales deben construir acciones instrumentales hacia metas estratégicas desde un enfoque esencialmente defensivo. He aquí un eslabón con la versión cultural vía la noción habermasiana de los nuevos movimientos sociales como fenómenos defensivos que buscan defender sus ‘mundos de vida’10 privado y público de la colonización por el estado y la economía capitalista, aunque reconoce una resultante crisis de legitimidad estatal (Habermas 1981). El resultado es que la versión cultural de la teoría reconoce la subjetividad de los nuevos movimientos sociales y su poder cultural difundido dentro de la sociedad civil pero como fenómenos esencialmente despolitizados, desprovistos o hasta cautos del uso de la fuerza transformacional hacia la economía y el estado.
Por lo contrario, la versión política identifica la centralidad de la acción colectiva, aunque en modo objetivizante e orientado hacia el estado, en la lucha política para el contra-poder, con el estado como su interlocutor y la sociedad y la economía como los sitios del conflicto. Minimiza, sin embargo, la ‘esfera cotidiana’ de experiencias culturales e intersubjetividad que pueden llevar a la movilización, modelar las identidades colectivas, impulsar la contestación y constituir la ‘novedad’ de los nuevos movimientos sociales, comparados a los ‘viejos’, mayormente socialistas y nacionalistas. Por consiguiente, lo que se necesita es una teoría de los nuevos movimientos sociales que busca verificar a los niveles micro y mezo de análisis la magnitud tanto de su poder cultural subjetivo interior dentro de la sociedad civil como su poder político objetivo externo contra el estado y la economía a los niveles mezo y macro de análisis.
Tal teoría podría usarse para entrar en los cuatro debates principales que Buechler (1995) ha identificado: en primer lugar, la ‘novedad’ de los nuevos movimientos sociales; segundo, si son progresivos, reactivos o completamente defensivos; en tercer lugar, si los movimientos culturales o políticos son los más radicales; y por último, si su base social está compuesta de ‘ubicaciones contradictorias’, ‘la nueva clase media’, sectores de apoyo potencial no relacionados con conceptos de clase social11 o aglomeraciones sociales alrededor de los problemas e ideologías. Entonces la cuestión de la composición social de los nuevos movimientos sociales es central al debate entre la teoría de los nuevos movimientos sociales y los varios marxismos sobre su importancia en el conflicto social contemporáneo.
4) El marxismo y la teoría de los nuevos movimientos sociales
El debate entre el marxismo y la teoría de los nuevos movimientos sociales sobre la legitimidad y eficacia del modelo del nuevo movimiento social como método para explicar la intensificación del conflicto social en las sociedades occidentales desde los sesenta ha sido reimpulsado desde la Caída del Muro de Berlín y el derrumbamiento consecuente del ‘socialismo realmente existente’, dando lugar a la teoría neoliberal sobre el ‘fin de la historia’ (Fukuyama 1992), que quisiera decir en realidad el fin de la lucha de clases. Este debate es central al análisis de movimientos sociales como los movimientos autonomistas europeos (componente importante del movimiento altermundista), una parte de que vino del marxismo ‘disidente’ de los Sesenta y Setenta (como el obrerismo italiano), mientras otro elemento ‘creativo’ intentó ir más allá del marxismo y unirse con corrientes contraculturales y posmodernistas. La misma crítica de la teoría de los nuevos movimientos sociales del análisis marxista de la lucha de clases se puede describir como una forma de posmarxismo, mientras atacando el análisis del marxismo clásico del conflicto social basado en clases con la tesis postindustrial según que los cambios sistémicos de la época posguerra han precipitado el fin del conflicto capital-trabajo como la contradicción central de la sociedad contemporánea (Touraine 1971). El surgimiento en los años cincuenta del estado de bienestar llevó al nacimiento de la ‘nueva clase media’, empleada principalmente en los servicios públicos y la supuesta base social de los nuevos movimientos sociales que ha desplazado a la clase trabajadora industrial como el actor principal en el antagonismo social (Melucci 1996).
Touraine (1971, 1977 y 1988a) rechaza el determinismo económico y político del marxismo clásico según que el desarrollo de las fuerzas productivas y el dinámico de las relaciones de clase inevitablemente dan lugar al conflicto social y político. También critica su rechazo de la multiplicidad de intereses y conflictos dentro de los movimientos, mientras llevando a la construcción de una imagen de movimientos como actores homogéneos con un nivel alto de habilidad estratégica. Touraine reclama que las clases no están definidas sólo respecto a un sistema de producción, un principio básico del marxismo, y que ha habido un cambio en la arena principal del conflicto del campo económico a lo cultural. Sus teorías se oponen igualmente tanto a las ideas funcionalistas del ‘comportamiento colectivo’ como a las teorías marxistas de la vida social que reducen la acción social a estructura, integradora en el caso del funcionalismo o conflictual en lo del marxismo. Según su teoría de la sociedad postindustrial programada, las nuevas clases sociales han reemplazado a los capitalistas y obreros como los actores centrales del conflicto. La categoría de movimiento social, “agente de conflicto para el control social de los principales modelos culturales” (Touraine 1985: 785), define tanto las reglas por que la sociedad funciona y determina la meta específica de la sociología. Su teoría de la ‘sociedad de movimientos sociales’ afirma que la sociedad es un producto de la acción social reflexiva y la manera en que las funciones de la sociedad reflejan la lucha entre dos actores antagónicos para el control de la historicidad, definido como el entretejido de un sistema de conocimiento, un tipo de acumulación económica y un modelo cultural específico. El control de la historicidad es el objeto de una lucha continua entre las clases, mientras tomando la forma de movimientos sociales, y está definido por las relaciones de dominación en que el concurso central sobre quién controlará la cada vez mayor capacidad de la sociedad por su autogestión. El estado para Touraine es meramente el almacén de la capacidad aumentando de la sociedad de controlar la historicidad y por consiguiente el conflicto central de la sociedad postindustrial no será concentrado allí. Entonces, según su teoría de ‘la acción social’, el comportamiento de un actor de un movimiento social se guía por las orientaciones culturales y viene puesto dentro de relaciones sociales definidas por una conexión desigual con el control social de estas orientaciones (Touraine 1981). El autor francés identifica cuatro tipos de sociedad (agrario, mercantil, industrial y programada / post-industrial), cada uno con un par de actores antagónicos centrales cerrados dentro un conflicto central. Sin embargo, en la sociedad programada dónde el control de la información es la fuente principal del poder social y donde los conflictos cambian del lugar de trabajo a la investigación y desarrollo, la elaboración de información, ciencias y técnicas biomédicas y los medios de comunicación de masa, es incierta si los distintos nuevos movimientos sociales, unidos sólo por su actitud opositora será colectivamente el movimiento adversario principal ya que ninguna clase o grupo representa un futuro orden social (Touraine 1988). Los nuevos movimientos sociales se encuentran entre dos lógicas: el sistema busca aumentar al máximo su mando sobre la producción, dinero, poder e información, mientras la subjetividad social busca defender y extender su individualidad e autonomía. Sin embargo, mientras el análisis de conflictos y movimientos está al centro de su modelo teórico general, Touraine no ha logrado definir una base social para la acción colectiva (un problema general entre los teóricos de los movimientos sociales), a pesar de su insistencia que cada tipo social tiene un solo conflicto central.
4) El marxismo y la teoría de los nuevos movimientos sociales
El debate entre el marxismo y la teoría de los nuevos movimientos sociales sobre la legitimidad y eficacia del modelo del nuevo movimiento social como método para explicar la intensificación del conflicto social en las sociedades occidentales desde los sesenta ha sido reimpulsado desde la Caída del Muro de Berlín y el derrumbamiento consecuente del ‘socialismo realmente existente’, dando lugar a la teoría neoliberal sobre el ‘fin de la historia’ (Fukuyama 1992), que quisiera decir en realidad el fin de la lucha de clases. Este debate es central al análisis de movimientos sociales como los movimientos autonomistas europeos (componente importante del movimiento altermundista), una parte de que vino del marxismo ‘disidente’ de los Sesenta y Setenta (como el obrerismo italiano), mientras otro elemento ‘creativo’ intentó ir más allá del marxismo y unirse con corrientes contraculturales y posmodernistas. La misma crítica de la teoría de los nuevos movimientos sociales del análisis marxista de la lucha de clases se puede describir como una forma de posmarxismo, mientras atacando el análisis del marxismo clásico del conflicto social basado en clases con la tesis postindustrial según que los cambios sistémicos de la época posguerra han precipitado el fin del conflicto capital-trabajo como la contradicción central de la sociedad contemporánea (Touraine 1971). El surgimiento en los años cincuenta del estado de bienestar llevó al nacimiento de la ‘nueva clase media’, empleada principalmente en los servicios públicos y la supuesta base social de los nuevos movimientos sociales que ha desplazado a la clase trabajadora industrial como el actor principal en el antagonismo social (Melucci 1996).
Touraine (1971, 1977 y 1988a) rechaza el determinismo económico y político del marxismo clásico según que el desarrollo de las fuerzas productivas y el dinámico de las relaciones de clase inevitablemente dan lugar al conflicto social y político. También critica su rechazo de la multiplicidad de intereses y conflictos dentro de los movimientos, mientras llevando a la construcción de una imagen de movimientos como actores homogéneos con un nivel alto de habilidad estratégica. Touraine reclama que las clases no están definidas sólo respecto a un sistema de producción, un principio básico del marxismo, y que ha habido un cambio en la arena principal del conflicto del campo económico a lo cultural. Sus teorías se oponen igualmente tanto a las ideas funcionalistas del ‘comportamiento colectivo’ como a las teorías marxistas de la vida social que reducen la acción social a estructura, integradora en el caso del funcionalismo o conflictual en lo del marxismo. Según su teoría de la sociedad postindustrial programada, las nuevas clases sociales han reemplazado a los capitalistas y obreros como los actores centrales del conflicto. La categoría de movimiento social, “agente de conflicto para el control social de los principales modelos culturales” (Touraine 1985: 785), define tanto las reglas por que la sociedad funciona y determina la meta específica de la sociología. Su teoría de la ‘sociedad de movimientos sociales’ afirma que la sociedad es un producto de la acción social reflexiva y la manera en que las funciones de la sociedad reflejan la lucha entre dos actores antagónicos para el control de la historicidad, definido como el entretejido de un sistema de conocimiento, un tipo de acumulación económica y un modelo cultural específico. El control de la historicidad es el objeto de una lucha continua entre las clases, mientras tomando la forma de movimientos sociales, y está definido por las relaciones de dominación en que el concurso central sobre quién controlará la cada vez mayor capacidad de la sociedad por su autogestión. El estado para Touraine es meramente el almacén de la capacidad aumentando de la sociedad de controlar la historicidad y por consiguiente el conflicto central de la sociedad postindustrial no será concentrado allí. Entonces, según su teoría de ‘la acción social’, el comportamiento de un actor de un movimiento social se guía por las orientaciones culturales y viene puesto dentro de relaciones sociales definidas por una conexión desigual con el control social de estas orientaciones (Touraine 1981). El autor francés identifica cuatro tipos de sociedad (agrario, mercantil, industrial y programada / post-industrial), cada uno con un par de actores antagónicos centrales cerrados dentro un conflicto central. Sin embargo, en la sociedad programada dónde el control de la información es la fuente principal del poder social y donde los conflictos cambian del lugar de trabajo a la investigación y desarrollo, la elaboración de información, ciencias y técnicas biomédicas y los medios de comunicación de masa, es incierta si los distintos nuevos movimientos sociales, unidos sólo por su actitud opositora será colectivamente el movimiento adversario principal ya que ninguna clase o grupo representa un futuro orden social (Touraine 1988). Los nuevos movimientos sociales se encuentran entre dos lógicas: el sistema busca aumentar al máximo su mando sobre la producción, dinero, poder e información, mientras la subjetividad social busca defender y extender su individualidad e autonomía. Sin embargo, mientras el análisis de conflictos y movimientos está al centro de su modelo teórico general, Touraine no ha logrado definir una base social para la acción colectiva (un problema general entre los teóricos de los movimientos sociales), a pesar de su insistencia que cada tipo social tiene un solo conflicto central.
Según Scott (1990), el neo-marxismo (sobretodo el estructuralismo de Althusser) ve los nuevos movimientos sociales como anacrónicos, una opinión irónicamente parecida a la de los funcionalistas de la teoría del comportamiento colectiva, generalmente asociados políticamente con la derecha. Los nuevos movimientos sociales están negativamente definidos por el neo-marxismo como movimientos (insuficientemente) de clase o pequeños burgueses. Como con las instituciones en el funcionalismo, los movimientos de clase proporcionan la norma contra que otras formas de actividad vienen medidas. Así los nuevos movimientos sociales vienen considerados ‘casos desviados’. La implicación es que los únicos verdaderos movimientos sociales son los movimientos de clase. Se conceptúan a las clases para ser entidades estructurales en lugar de actores sociales, con una sola ideología apropiada para cada clase importante. Cualquier discordancia interiora sobre dónde se ubican los verdaderos intereses de la clase trabajadora se atribuyen a la ‘conciencia falsa’. Así, las asunciones comunes del funcionalismo y de por lo menos una parte sustancial del neo-marxismo atropellen sus diferencias políticas supuestamente diametrales (ibíd.).
El punto de salida normativo del postalthusseriano Castells se opone diametralmente al funcionalismo. El comportamiento colectivo no es así una interrupción de los procesos sociales normales de integración, pero más bien refleja las contradicciones endémicas en tales procesos. Castells (1973) describe los nuevos movimientos sociales como fenómenos sociales principalmente urbanos encontrados en sociedades capitalistas avanzadas. Su objeto teórico de análisis es la política urbana, mientras distinguiendo ‘lo político’12 (estructuras que aseguran la dominación de una clase social) de ‘la política’13 (las relaciones de poder). El ‘urbano’ está definido tanto como una organización del espacio como un proceso de consumo colectivo. El choque en las sociedades tarde capitalistas se centra en los problemas del consumo (vivienda, escuela, salud) en lugar de la producción (fábrica, el lugar del trabajo). Así, la “esfera de la reproducción del poder del trabajo” prevalece sobre la competición trabajo-capital para espacio y medios. La contestación obrera está definida como “sindicalismo de consumo colectivo” que no desafía la base de las relaciones sociales pero en cambio busca ganar una porción más grande del consumo colectivo. Los nuevos movimientos sociales están definidos como “un sistema organizado de actores (…) cuya expresión más obvia está en las clases sociales” (ibíd.). Scott (1990) crítica Castells por su acercamiento opuesto firmemente a la acción social, parecida a la teoría del comportamiento colectivo de Smelser (1989 [1963), para su fracaso en responder adecuadamente de la presencia o ausencia de la movilización. Castells esta acusado de sólo identificar las condiciones previas estructurales de la actividad de los nuevos movimientos sociales, mientras las relaciones sociales en su sentido antropológico vienen excluidas de su teoría racionalista de la ciencia social. La argumentación de Castells se liga a la distinción marxista entre las clases ‘para-ellas mismas’ y ‘en-ellas mismas’ que lo lleva asumir que una posición compartida es una condición suficiente para la movilización a lo largo de las líneas de la base social. La supuesta ‘parcialidad’ de los ‘movimientos no-de-clase’14 para las demandas basadas en la non-producción lleva Castells a ignorar su orientación de valor. Como resultado, no explica por qué ciertos asuntos sociales se vuelvan cuestiones políticas, mientras otras no. Se excluyen todos los elementos subjetivos como las influencias en la formación de grupos y la selección de problemas. Así para Castells todos los conflictos reales son de clase y sobre el problema de la propiedad y del control de los medios de producción, con el ‘sindicalismo de consumo colectivo’ como sólo una manifestación parcial de este conflicto. Sin embargo, Scott (1990) describe las teorías de Castells como finalmente de poca utilidad en el análisis de los nuevos movimientos sociales. El enfoque en los problemas del consumo colectivo ha significado que se ven los nuevos movimientos sociales como reformistas y/o parciales. La contradicción se localiza en la esfera de producción y la dicotomía de reforma-transformación viene asumida. En cuanto a la producción, Castells puntualiza una necesidad de extender el concepto fuera del modelo industrial clásico para incluir la producción del espacio urbano, del ocio y de otras formas del consumo colectivo. Con respecto a la dicotomía de reforma-trasformación, el conflicto se ve por lo que se refiere al modelo clásico de clase, mientras excluyendo las reformas de ser transformacionales o las autoridades existentes de ser innovadoras (Scott 1990).
Scott concluye que las limitaciones de estas teorías generales de movimientos sociales (lo funcionalista y lo neo-marxista) significan que se ignoran todas las cuestiones relacionadas a los agentes sociales y el contexto de sus acciones: ¿Por qué ocurren las movilizaciones? ¿Por qué toman ciertas formas específicas? Scott describe el funcionalismo y el marxismo como teorías deductivas generales: las dos deducen una comprensión de eventos específicos del nivel superior de la teoría y los dos plantean la estructura social como inherentemente coherente y no problemático. Se restringen a la identificación de las condiciones estructurales previas por la actividad de los nuevos movimientos sociales y como la movilización depende de otros factores contextuales: los problemas emotivos, los actores principales potenciales, la reacción de las autoridades y cálculos de los beneficios de la acción contra la inacción.
Teóricos de la teoría de los nuevos movimientos sociales, en particular Touraine y Melucci, han reaccionado contra las interpretaciones universales de los nuevos movimientos sociales como aquellos presentados por el marxismo ortodoxo. En cambio, han devuelto a las condiciones reales para que la actividad de los nuevos movimientos sociales pueda tener lugar, entendiéndolos como reacciones racionales a las condiciones en la sociedad tarde capitalista del siglo XXI. La crítica social desde dentro los nuevos movimientos sociales se toma en serio y no se trata como un indicador y nada más. Para Scott (1990), en su movimiento fuera del determinismo estructural del análisis funcionalista y neo-marxista Touraine y Melucci han reafirmado la centralidad del agente social en un deseo de encontrar a un sustituto para la categoría estructural de clase.
La contestación del marxismo ortodoxo a la crítica de la teoría de los nuevos movimientos sociales de su determinismo estructural ha sido postular la pregunta: ¿Que es ‘nuevo’ en los nuevos movimientos sociales? El resultado ha sido un debate entre el marxismo ortodoxo y teóricos de los nuevos movimientos sociales y dentro del marxismo sobre el significado y validez de designar ciertos movimientos como ‘nuevos’ y otros como ‘viejos’. Desde el punto de vista de la principal corriente marxista esta novedad depende de designar una base social de otra manera que de la ‘vieja’ clase trabajadora. Sugieren que los nuevos movimientos sociales no sean tan distintos como reclaman los defensores del paradigma. Según Plotke (1990), el discurso de los nuevos movimientos sociales exagera su novedad, pintando sus metas selectivamente como principalmente culturales y exagerando su separación de la vida política convencional. Tarrow (2004), teórico non-marxista del proceso político, también propone la teoría que los nuevos movimientos sociales han crecido de organizaciones existentes previamente con historias largas que se han disimulado por el discurso de la teoría de los nuevos movimientos sociales. Se debe su ‘novedad’ más al hecho de haber sido estudiados en las fases tempranas de su formación dentro de un ciclo particular de protesta (principalmente lo de las finales de los sesenta a los medios setenta) que a los rasgos estructurales del capitalismo avanzado. Para Tarrow el fin del ciclo de la protesta en los medios setenta significó que la actividad de los movimientos sociales disminuyó con un retorno a las formas políticos convencionales. Así, los defensores de la ‘novedad’ de los nuevos movimientos sociales equivocaron una fase cíclica temporal para una nueva fase histórica de acción colectiva. Brand (1990), el crítico más aplastante de la teoría de los nuevos movimientos sociales, afirma que los nuevos movimientos sociales son la última manifestación de un modelo cíclico evidente durante un siglo. Los nuevos movimientos sociales y sus predecesores han aparecido en fases cíclicas en contestación a crisis culturales y como críticas de la modernización. Él describe el ciclo mas reciente de actividad de los nuevos movimientos sociales como motivado por críticas moralista-idealistas y estético-contraculturales de la modernización, acopladas con una crítica pesimista de la civilización. Períodos similares de crítica cultural incitaron movimientos ‘románticos’ análogos en Gran Bretaña, Alemania y EE.UU. en el siglo XIX. Los nuevos movimientos sociales son por consiguiente extensiones actuales de movimientos del pasado, la última versión de la onda larga de movimientos sociales de protesta que han sido contestaciones románticas, contra-culturales, idealistas y antimodernas a la evolución social e a la modernización.
Esta crítica no exclusivamente marxista les ha obligado a los defensores de la teoría de los nuevos movimientos sociales que especifiquen su ‘novedad’. Dalton y Kuechler (1990) reclaman que mientras los nuevos movimientos sociales utilizan una tradición humanística duradera, su novedad queda en sus valores posmaterialistas, su búsqueda para soluciones pragmáticas en lugar de puramente políticas, su conciencia global y su resistencia a las soluciones espirituales. Representan un nuevo paradigma social que desafía la estructura dominante sobre la base de metas de las sociedades occidentales, defendiendo temas posmaterialistas, libertarios, populistas y contra el crecimiento económico. Su estilo político involucra una anulación consciente de la política institucional, mientras manteniendo su distancia de los partidos políticos establecidos. Esta combinación de ataduras ideológicas y estilo político distingue los nuevos movimientos sociales de sus predecesores en la historia de la acción colectiva.
Offe (1985) acentúa su naturaleza post-ideológica y post-histórica. La falta de cualquier alternativa positiva en la política institucional y la presencia de un blanco socio-político específico en la forma de una clase privilegiada empujen los nuevos movimientos sociales a evitar cualquier compromiso con las existentes estructuras de poder y resistir a las formas normales de integración. Para Eder (1985) los nuevos movimientos sociales son inherentemente modernos. Sólo en la modernidad su desafío distintivo a la orientación cultural de la sociedad pueda formularse. Ellos proporcionan un modelo cultural e un orden moral alternativos que defienden las normas éticas contra la búsqueda de metas estratégicas, utilitarias e instrumentales y el proceso exclusivo de la toma de decisiones de las élites. Son movimientos hacia una formulación más democrática de las necesidades y faltas colectivas dentro de la sociedad. Cohen (1985) sostiene que los nuevos movimientos sociales son distinguidos de los movimientos utópicos y románticos del pasado por sus visiones y metas para el desarrollo social. Mientras los movimientos utópicos y románticos quisieron la desdiferenciación de la sociedad, economía y del estado para regresar a una comunidad utópica premoderna, los nuevos movimientos sociales defienden la diferenciación estructural de la sociedad moderna e intentan construir sobre sus cimientos, extendiendo los espacios sociales para la ‘acción no-estratégica’.
Sin embargo, no hay ningún acuerdo general y firme entre las distintas posturas teóricas hacia los nuevos movimientos sociales sobre su novedad. Buechler (1995) reitera que el término, ‘nuevos movimientos sociales’, exagera inherentemente las diferencias y disimula los rasgos compartidos entre los movimientos actuales y del pasado. El valor estratégico en intentar romper de la tradición marxista de considerar el ‘viejo’ movimiento obrero como el agente primario de la historia ha llevado a un cambio de enfoque hacia otros actores. La teoría de los nuevos movimientos sociales parece implicar que los mismos no tienen ninguna historia anterior al ciclo de protesta en los años sesenta, a pesar del hecho que todos los principales movimientos de estudiantes, mujeres, jóvenes contra-culturales, homosexuales, minorías étnicas, e activistas ecológicos, pacifistas y por los derechos humanos tienen predecesores históricos identificables en siglos anteriores15. Hay más continuidad entre los movimientos supuestamente viejos y nuevos que viene implicado por la dicotomía falsa de la teoría de los nuevos movimientos sociales entre ellos y las viejas organizaciones obreras. Según Buechler (1995), la evidencia existe para confirmar que los mismos rasgos de los nuevos movimientos sociales fueron compartidos por muchos movimientos obreros del siglo XIX. En consecuencia, la ‘novedad’ de estos nuevos movimientos sólo puede ser especificada ubicando a ellos y sus predecesores en sus apropiados contextos socio-históricos.
Entonces, podemos afirmar que mientras la mayor parte de las tendencias marxistas clásicas son severamente criticas de la teoría de los nuevos movimientos sociales, algunas de las versiones más recientes y menos ortodoxas están más abiertas a su discurso. Para el marxismo ortodoxo, los nuevos movimientos sociales son fenómenos esencialmente ‘pequeños burgueses’, románticos e idealistas que son a menudo políticamente reaccionarios y siempre periféricos a la continuidad del conflicto central entre capital y labor. Mientras el neo-marxismo estructuralista define los nuevos movimientos sociales como ‘fenómenos parciales’, reconoce su papel sin rechazar eso de los movimientos obreros y acepta su potencial para una orientación progresiva, pero sólo si se alían con los movimientos de la clase trabajadora, como por ejemplo la alianza estudiante-obrero al corazón del movimiento francés del mayo de 1968. Se describen los movimientos políticos como ‘radicales’, mientras los movimientos culturales son ‘apolíticos’. La base social de los nuevos movimientos sociales viene analizada a través de las ‘ubicaciones contradictorias’ de la ‘nueva clase media’. La versión gramsciana del neo-marxismo, como en Laclau y Moufe (1982), extiende la teoría de Gramsci de la hegemonía capitalista para suponer que la inestabilidad16 se ha vuelto la condición de cada identidad social. Su premisa es que no hay ninguna relación lógica entre los objetivos socialistas y la posición de agentes sociales en las relaciones de producción. Los nuevos movimientos sociales ni son marginales a las luchas de la clase trabajadora, como viene sostenido por los marxistas ortodoxos, ni son el sustituto revolucionario de la clase trabajadora ya políticamente y económicamente integrada en el capitalismo, como mantiene Marcuse (1972), ni son inherentemente progresivos, como sustentado por la teoría de los nuevos movimientos sociales. Así, el significado político de un nuevo movimiento social depende de su articulación hegemónica con otras luchas.
5) La perspectiva del marxismo autonomista
El marxismo autonomista17 es una corriente fundamentada, según Cleaver (1985), en las experiencias teóricas y políticas de los movimientos de los consejos obreros europeos y de los Wobblies18 en EE.UU., del trotskismo disidente de la Tendencia Johnson-Forest en EE.UU. y de ‘Socialismo o Barbaria’ en Francia en los 50, pero sobretodo del obrerismo italiano en los sesenta y setenta. Tiene una definición mucho más amplia de la clase trabajadora que la del marxismo clásico, acentuando la subjetividad de esa clase a través de los conceptos de autovalorización y auto-organización (Cleaver 1985, Cuninghame 2002, Roggero et al 2002, Wright 2002). Escribiendo en 1996, Hardt definió la autovalorización así:
“Marx comprende la valorización capitalista como el proceso a través del cual el capital crea plusvalor / plusvalía dentro del proceso de trabajo. (…) La valorización, de modo más general, se refiere también dentro de la composición social del valor que se basa en la producción y la extracción de plusvalor. Al contrario, la autovalorización (que encontramos en los Grundrisse) guarda una composición social alternativa del valor que no se funda sobre la producción de plusvalía sino sobre las necesidades y los deseos colectivos de una comunidad productiva. En Italia, este concepto ha sido utilizado para describir la forma, local y comunitaria, de organización social y del bienestar relativamente autónoma de las relaciones de producción capitalista y del control del Estado. En un marco más filosófico, la autovalorización está también concebida como el conjunto de los procesos sociales que constituyen una subjetividad colectiva alternativa y autónoma, dentro y contra la sociedad capitalista.”19
Cleaver, uno de sus exponentes principales, concentra en las luchas de la clase trabajadora de la ‘fabrica social’20 de mujeres, jóvenes, minorías y campesinos. Él acepta que la clase trabajadora esta dividida y que como resultado de no ser monolítica hay tanto una necesidad como la realidad de la circulación de luchas entre sus sectores diferentes. Hay una división jerárquica entre el trabajo asalariado / productivo de la clase trabajadora industrial y lo sin salario / reproductivo de las amas de casa, los estudiantes y de los desempleados. Los sectores diferentes de la clase trabajadora buscan su autonomía del capital, pero también y en modo creciente de las organizaciones oficiales de la clase trabajadora y entre sí mismos.
Otra importante aportación del marxismo autonomista al debate sobre los movimientos sociales ha sido la teoría de la composición de clase, que se puede desglosar en dos subapartados que corresponde a la ‘composición técnica’:
“Al hacer referencia a la composición orgánica del capital se consta la existencia de una relación o proporción entre la parte constante (valor de materiales y maquinaria) y la parte variable (capital transformado en fuerza de trabajo, salario), vínculo que se modifica en función de las modalidades de valorización, de los ciclos del capital. O, más exactamente, diremos que la reproducción del capital constante y del capital variable transcurre como proceso social, con secuencias de conflictivas y antagonistas que en cada etapa definen la magnitud del trabajo necesario para la reproducción del capital variable.” (Varios autores 2000)
e a la ‘composición política’:
“La otra cara de la composición de clase – vertiente subjetiva – la composición política, designa el conjunto de comportamientos, prácticas de resistencia a la reestructuración, apropiaciones, (…); estructuras organizativas y de lucha, (…) espontáneas u organizadas, surgidas en el seno de la clase obrera en tanto que procesos en vías de estabilización. Son la expresión, el efecto, no tan sólo de las necesidades sociales, sino también de la experiencia acumulada, de la tradición de confrontación.” (ibíd.)
Esta teoría sostendría que los nuevos movimientos sociales serían una manifestación de la recomposición de la clase trabajadora desde los años sesenta, dado que en cada fase de la recomposición de la clase cambia la forma apropiada de organización. Por consiguiente, los nuevos movimientos sociales tienen un papel más central que periférico en el conflicto con el capital. Sus orientaciones principalmente culturales no son ‘apolíticas’, como Melucci y Castells concurran. Por lo contrario, tienen un significado fuertemente político en el contexto de su papel objetivo en la lucha de clases.
6) Conclusión
El debate entre la teoría de los nuevos movimientos sociales y sus críticos marxistas y no-marxistas sobre su novedad ha hecho problemático el reclamo central de los primeros de la apariencia de demostrablemente nuevos movimientos sociales desde los sesenta. La pregunta conceptual central sigue siendo: ¿los nuevos movimientos sociales son suficientemente similares entre sí y diferentes de los ‘viejos’ movimientos para apoyar la distinción? Las diferencias entre los nuevos movimientos sociales en términos de cuestiones e actores significan que el reclamo para la novedad depende de valores posmaterialistas, modos informales de organización e orientaciones culturales. Sin embargo, no es difícil encontrar movimientos anteriores que también eran antimaterialistas, informalmente organizados y articulados principalmente por temas culturales. La categoría de nuevos movimientos sociales disimula las continuidades con sus predecesores históricos y exagera las diferencias entre los movimientos actuales y los del pasado. Sólo unos movimientos conforman estrictamente al tipo ideal de los nuevos movimientos sociales, mientras representando sólo una proporción pequeña de las formas de acción colectiva encontradas en la sociedad moderna. No obstante, un examen de la historia de los nuevos movimientos sociales demuestra que efectivamente parece que algo ‘nuevo’ esta pasando en la acción colectiva actual. Su expresión pública y exploración casi-política de cuestiones privadas y subjetivas como la identidad o ‘la política del personal’ ha causado un cambio de énfasis y orientación en muchos otros movimientos.
En esta revisión de las perspectivas y debates entre y dentro de las teorías principales de los nuevos movimientos sociales y los varios marxismos ortodoxos y heterodoxos, se ha intentado identificar debilidades y lagunas en sus discursos. La versión ‘cultural’ de la teoría de los nuevos movimientos sociales (Melucci y Touraine) tiende a exagerar los aspectos culturales de estos movimientos, mientras minimizando sus metas, formas de organización e impactos en la sociedad civil y sobre el estado, que han sido mayormente políticos. La versión política de la teoría de los nuevos movimientos sociales (Castells y Habermas) ignora el impacto cultural de estos movimientos al nivel simbólico y los ve como ‘fenómenos parciales’, incapaces de impactar ni con el estado ni con la sociedad a menos que en alianza con las estructuras institucionales de la izquierda institucional. Ambas versiones tienden a ignorar los eslabones históricos entre ‘viejos” y ‘nuevos’ movimientos sociales para dar énfasis a la ‘novedad’ de los nuevos.
El marxismo clásico trata los nuevos movimientos sociales como potencialmente reaccionarios y esencialmente marginales al conflicto central entre los trabajadores organizados y el capital organizado en las sociedades occidentales. El neo-marxismo, tanto estructuralista como gramsciano, tiene limitaciones similares a aquellos de la versión política de la teoría de los nuevos movimientos sociales: estos movimientos sólo pueden ser políticamente significantes cuando están en alianza con la izquierda histórica. Finalmente, todas estas perspectivas sobre los nuevos movimientos sociales intentan minar su importancia política desde los años sesenta cuando comparado a la política institucional. Es más, la centralidad del problema de la novedad de estos movimientos en el debate entre la teoría de los nuevos movimientos sociales y el marxismo parece ser una diversión comparada a otros aspectos más importantes. Defiendo que la división académicamente impuesta entre nuevos movimientos sociales culturalmente orientados y la lucha política de clases es falsa, como es el esfuerzo por dividir estos movimientos en ‘residuales / violentos / politicos’ y ’emergentes / no-violentos / culturales’ con la implicación de juicios de valor sobre su legitimidad por una variante de los estudios culturales (Lumley 1990).
El marxismo autonomista puede ser visto también como un intento a acortar la distancia entre el marxismo ortodoxo y la teoría de los nuevos movimientos sociales. Sin embargo, se puede criticarlo para su fusión de fenómenos aparentemente contradictorios como el feminismo y la contra-cultura con la política de clase, y también por no haber ido más allá del enfoque de la ‘centralidad obrera’21 del marxismo clásico. A pesar de estas limitaciones, representa una forma de análisis político y sociológico que ha salido desde dentro de los nuevos movimientos sociales italianos y por consiguiente esta relacionado directamente a su composición social, sus formas de organización y lucha, movilizaciones y objetivos. Acentúa el impulso hacia la autonomía del ‘trabajo vivo’ de la clase trabajadora del ‘trabajo muerto’22 del capital (Tronti 1972 y Cleaver 1991). Aprecia las diferencias e identifica como centrales las luchas de esos sectores vistos por el marxismo clásico, neo-marxismo y la versión política de la teoría de los nuevos movimientos sociales como ‘marginales’: amas de casa, estudiantes, jóvenes, trabajadores precarios y flexibilizados, desempleados y campesinos. Es decir, aquellos que tiendan a organizarse ‘espontáneamente’ e autónomamente de las estructuras de la izquierda histórica, a menudo informalmente como nuevos movimientos sociales. Esta forma del marxismo ha usado la historia oral y la investigación sociológica a través de la combinación de un reavivamiento de la ‘encuesta obrera’ de Marx (1986 [1880) con la sociología norte americana de la acción23 para generar teorías de la materia prima de las luchas cotidianas de base, en lugar de operar un macro análisis de ‘encima por abajo’. Así, hay que evaluar las aportaciones importantes del marxismo autonomista en el debate sobre la naturaleza sociológica y trascendencia política y cultural de los nuevos movimientos sociales en general y del movimiento altermundista actual en particular – discusión que ocurre dentro el marco de un debate continuativo y más amplio al interno de la izquierda mundial sobre la globalización – mientras identificando los limites que tiende a compartir con otras formas del marxismo.
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Ciudad Juárez, mayo de 2004. Comentarios a: rgun@uacj.mx
1 Doctor en Sociología de la Universidad de Middlesex, Londres, Inglaterra y Docente e Investigador en el
Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
2 Negri, 2004, p.1.
3 Véase por ejemplo la polémica entre Rodriguez Araujo (2002) y Holloway (2002) en varias publicaciones sobre la condición y futuro de ‘la izquierda en el mundo’. El anterior, argumentando desde una perspectiva de la ‘vieja’ izquierda, expresa su frustración con la heterogeneidad de los participantes en los Foros Sociales Mundiales en Puerto Alegre, Brasil, y su falta de entusiasmo para el socialismo y su forma centralizada de organización. Mientras tanto el ultimo, partiendo de la necesidad de autocrítica por parte de la vieja izquierda en luz del fracaso de su proyecto de cambiar el mundo ‘de encima por abajo’, ofrece su interpretación del zapatismo, que insiste en que no se puede cambiar nada tomando el poder dentro el estado-nación. La posición de Rodriguez Araujo se acerca a la de la minoría poderosa de Le Monde Diplomatique, el liderazgo de Attac (Francia), el PT brasileño y las organizaciones trotskistas como el Socialist Workers Party de Inglaterra y la Ligue Comuniste Revolutionaire de Francia, que parecen querer formar un liderazgo central para dominar y disciplinar la ‘heterogeneidad caótica’ del movimiento altermundista. La de Holloway se acerca a lo que es casi seguramente la mayoría del movimiento, es decir la multitud de movimientos, organizaciones y hasta partidos y sindicatos, que quieran coordinar sus luchas anti-capitalistas locales al nivel planetario pero sin perder su autonomía o repetir los errores centralistas y estatalistas de la ‘vieja’ izquierda derrotada.
4 Aparte de los casos específicamente mencionados, todas las traducciones de ingles a español son del autor de este articulo, quien acepta responsabilidad para cualquier eventual error.
5 En ingles, ‘framing’.
6 En el ingles original, “constituencies”.
7 Véase por ejemplo Hardt y Negri (2002) que hacen una análisis de la globalización y de la soberanía desterritorializada sobre la base de su concepto de ‘imperio’, en clara polémica con las análisis marxistas ortodoxas de Amin (2001) y Petras (2002) que siguen insistiendo en la legitimidad actual de la teoría imperialista de Lenin y de la forma moderna de la soberanía, el estado nación.
8 Por una definición del marxismo autonomista, véase nota 14, pagina 24.
9 Pagina 316 en el original ingles.
10 En ingles ‘lifeworlds’ (Habermas 1981).
11 En ingles, ‘non-class constituencies’.
12 ‘The political’.
13 ‘Politics’.
14 En ingles, ‘non-class movements’.
15 Véase por ejemplo la obra sociológica histórica de Charles Tilly sobre los movimientos populares y revolucionarios en Francia en los siglos XVIII y XIX.
16 En el original en ingles se usa la palabra ‘unfixity’.
17 Véase Roggero et al. (2001), Cleaver (1985), Wright (2002) y Cuninghame (2002) para mas análisis del desarrollo histórico de esta versión del marxismo occidental, actualmente de influencia significante al interno del movimiento altermundista debido a la acción política de los Monos Blancos (ahora conocidos como los y las Desobedientes), el movimiento de los centros sociales ocupados, los comités sindicales de base y de los trabajadores auto-convocados, junto con el gran logro editorial internacional del libro de Hardt y Negri, ‘Imperio’ (2002 [2000).
18 El sobrenombre del sindicato anarquista de los Trabajadores Internacionales del Mundo (International Workers of the World), movimiento que al inicio del siglo XX intentó, antes de ser violentamente reprimido en los 20, coordinar e ampliar las luchas autónomas e ‘espontaneas’ sobretodo de los trabajadores migrados y de los ‘hobos’, los trabajadores indigentes e itinerantes excluidos por los sindicatos oficiales.
19 Pagina 263 en Virno y Hardt (1996).
20 Una aproximación seria: “(…) la interminable subordinación de la vida al trabajo en la fábrica social de la vida diaria” (Cleaver 1985; citado en McLaren 2003: 5). Otra definición mas precisa seria: “El capital es una fábrica social, (Negri) todos pertenecemos al proyecto del capital, y por ello, el desafío es integrar al análisis aquellas subjetividades o formas de existencia humana que no parecen corresponder a la relación capitalista” (Neary 1997; citado en Dinerstein 1998: 10).
21 Véase Messori y Revelli (1978) para un análisis obrerista italiano de este concepto tan importante en el marxismo italiano.
22 O del ‘trabajo muerto viviente vampiro’ como lo definió Bolívar Echevarria, usando la misma metáfora de Marx, en una conferencia en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez en marzo de 2004.
23 El primero y tal vez más reconocido ejemplo de este método, también conocido como ‘coinvestigación’, fue ‘The American Worker’ de Paul Romano (1972, 2ª edición), un estudio de la composición técnica y política de clase del obrero de la industria automotriz norte americana, investigado y escrito en estrecha colaboración con los mismos obreros como acta política directa y sin pretensión a la ‘objetividad científica’ abstracta pero con estricto apego a la criticidad y los hechos empíricos. Volvió un clásico de su genero, teniendo traducido en francés por la revista ‘Socialisme ou Barbarie’ y de allí en italiano por Danilo Montaldi, historiador oral italiano, ayudando a dar vida a una serie de estudios parecidos hechos por la revista ‘Quaderni Rossi’, el punto de partida del obrerismo italiano. También la ‘intervention sociologique’ de Alain Touraine fue fuertemente influenciada por la sociología de acción, pero con resultados mas controvertidos, provocando su rechazo por parte del movimiento antinuclear francés cuando Touraine intentó intervenir directamente en sus procedimientos internos desde la posición de un intelectual privilegiado (Papadakis 1989).
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